Dos astronautas
Antes de fallecer, mi abuela decidió contarme una historia que llevaba guardando en secreto mucho, mucho tiempo. Cuando yo era niña, ella me relataba las misiones espaciales en las que había participado a lo largo de su vida, imbuyendo de ciencia ficción las historias de tal manera que me parecían cuentos fantásticos.
Sin embargo, un pacto de silencio que le obligaron a firmar, la condenó para siempre a no poder contar la última misión en la que trabajó. Y solo podré morir en paz si te digo lo que pasó entonces... Confío en que me guardarás el secreto- me dijo ya en su lecho de muerte.
En lo primero creo que acertó. En lo segundo sé que no.
Éste es el relato la hasta hoy desconocida misión Kairós, que así me contó mi abuela:
“Era un momento crucial en la historia de la carrera espacial. ¿Y cuál no lo era desde que empezó todo aquel disparate de la Guerra Fría? El mundo se había escindido en dos y la única forma de estar en el mundo que parecía conocer la humanidad era en el constante enfrentamiento.
Así que, alentados siempre por mostrar nuestra superioridad tecnológica, teníamos que luchar por ser los primeros en todo, a toda costa.
Oficialmente, cada misión espacial era organizada por una de las dos superpotencias. Extraoficialmente, varias eran encargadas a países más humildes que, con tal de conseguir los favores y el amparo de un país fuerte y poderoso, se ponían a su servicio embarcándose en retos imposibles.
Yo trabajaba en el puesto de control de tierra como operadora, bajo el mando del subdirector de misiones espaciales. Aquel tipo de operaciones eran conocidas en nuestro equipo como “operaciones cascarilla” porque siempre fracasaban estrepitosamente, y ésa era precisamente su finalidad. La responsabilidad final nunca recaía directamente sobre nosotros. Ya sabes... El orgullo patrio no se mantiene intacto de cualquier forma. A veces, requería pasarle el muerto a otro. Por eso fuimos pioneros en subcontratar los fracasos, tan necesarios por otro lado para avanzar.”
Comenzar una historia auto justificándose… mal asunto. - Pensé.
“Hasta donde llegaba mi conocimiento se habían subcontratado a otros países monos y limpiadores espaciales, así como la fabricación de alguna que otra nave de prueba. En esta ocasión y por primera vez se subcontrató tripulación humana.
Se nos habló de Kairós como un hito trascendental, una misión que marcaría un antes y un después en la conquista del espacio. Al principio nos resultó incomprensible que algo tan significativo se encomendara a personal forastero pero, como el resto, estaba tan cegada por ser parte de la historia que no le di más importancia a lo que a todas luces era un dislate.
La primera fase se desarrolló con normalidad, tanto el lanzamiento como la salida de la atmósfera. A los nueve minutos la nave se puso en órbita, momento en el que se cortaba toda comunicación, como ya sabíamos.
A los noventa y nueve minutos, cuando la nave pasaba por una de las estaciones terrestres, oímos decir:
A los noventa y nueve minutos, cuando la nave pasaba por una de las estaciones terrestres, oímos decir:
- ¡Hostia, qué vistas!
Fue entonces cuando al tratar de ponernos en contacto con la nave detectamos el problema.
Kath! Do you hear me? Copy that? No recibimos respuesta. Volvimos a intentarlo. Do you hear me? Copy that? Nada. Podíamos oír lo que sucedía dentro de la cabina, pero no podíamos comunicarnos.
- ¿Qué hora será?
- ¿Para qué quieres saberlo?
- Bueno... no sé. En estas circunstancias, no está mal tener algo fijo a lo que aferrarse, como el tiempo. Bastante tengo con no saber si estoy al derecho o al revés.
No sé por qué, en ese preciso instante me vino el recuerdo de una clase de filosofía de la universidad, en la que el profesor nos hablaba sobre la diferencia entre el tiempo cronológico y el tiempo subjetivo. Las clases con él se hacían eternas y yo al rato solía quedarme absorta mirando por la ventana, sin prestar atención. Me había vuelto a pasar, me había quedado absorta en ese pensamiento durante un lapso, creo que breve, de tiempo cuantitativo que en términos cualitativos era demasiado. No estaba haciendo lo que debía. Enseguida me puse a la tarea. Do you hear me?
Todo intento era en vano. No se detectaba el error por ningún lado, así que no había solución posible para un problema que no existía. ¡Todo parecía estar en orden!
Seguíamos con atención lo que pasaba en la cabina, esperando ese terrible instante en que arriba se hiciera evidente que no había posibilidad de recibir instrucciones desde la base, con el temor constante de que en la nave se viviera alguna situación que no pudiéramos ayudar a resolver por no poder hacer llegar nuestro mensaje.
- Ese zumbido constante... no sé si seré capaz de soportarlo.
- No te queda otra.
- ¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
- Así no se contacta con tierra.
- ¿Ah, no? ¿Y cómo se hace?
- Alfa, bravo, charlie… o algo así.
- ¡Hola! ¡Alfa, Bravo o Charlie! ¿Estáis por ahí?
- …
- Pues así tampoco contesta nadie.
- A ver qué dice el manual.
- ¿Qué manual? Aquí no hay ningún manual. Si todo está controlado automáticamente desde abajo. Pero, vamos, que ya podían decir algo, ¿no?
- No entiendo nada…
En tierra nos miramos estupefactos. Tampoco entendíamos nada.
Los momentos para poder establecer contacto se limitaban a una vez cada noventa y nueve minutos, cuando la nave pasaba sobre una estación terrestre y siempre y cuando su posición en órbita fuera la adecuada. El protocolo dictaba que, si pasados otros noventa y nueve minutos más no conseguíamos establecer contacto, se abortaría la misión e iniciaríamos la maniobras para traer de vuelta la nave a la Tierra.
Noventa y nueve minutos después todo seguía igual.
- ¿Pero a ti te parece un buen momento para liberarte de tus flatulencias?
- ¿Pero a ti te parece un buen momento para liberarte de tus flatulencias?
- Perdón. Es la presión.
- ¡Ahora se quedarán las burbujas rondando y expandiéndose por aquí!
- ¡No lo puedo evitar! Si pudiera darme un paseo…
- Estás en el sitio adecuado para eso, vamos.
Aquella conversación empezaba a incomodarnos tanto o más que los gases en la cabina. Pese a la evidente molestia, comenzamos con las maniobras de recuperación de la nave.
- Qué mal me has cortado el pelo.
- ¡A quién se le ocurre! ¿No pudiste haber venido a la misión habiendo pasado ya por la peluquería?
- La orden era hacer vida normal en el espacio en la medida de lo posible y a mí me tocaba cortarme el pelo esta semana, no antes. No tengo la culpa de que no funcionara bien la aspiradora.
- ¿Hasta cuándo?
- ¿Hasta cuándo qué?
- ¿Hasta cuándo tenemos que estar aquí tratando de hacer vida normal?
- …
- ¡¡Holaaaa!¡ ¿Alguien me puede decir hasta cuándo tenemos que estar aquí? ¡Se me está haciendo muy difícil convivir con estos pelos flotando por todas partes!
- ¡Si vamos a empezar con los reproches entonces tú podrías cambiarte ya de muda! Vale que haya que llevar la ropa más tiempo de lo normal, pero tu noción del tiempo se está relativizando demasiado y va siendo urgente.
- ¿Qué es “lo normal” aquí? Si no hay ni agua corriente, por favor.
- No podremos lavar la ropa, pero tenemos una muda de recambio. Así que ¡cámbiate!
¡Qué caprichosa es la sinestesia! ¿Cómo podíamos tener el gesto en tierra de estar oliendo a pedo y a ropa sucia? La conversación nos contrariaba cada vez más y la nave no respondía a nuestro mando. ¡Habíamos perdido el control!
- Pásame una naranja, anda.
- Se han podrido.
- ¡Te dije que no jugaras con la comida! Tres naranjas, ¡tres! Lo único fresco que había y te dedicaste a hacer malabares con ellas. ¡Maldita sea tu estampa! ¿Acaso eso es algo que haces en tu vida normal?
- ¡Es que aquí es tan fácil! ¡No se caen nunca! Siempre había soñado con hacer malabares.
- ¡Pues te podías haber dejado tus sueños, tus pedos y tus pelos en tierra! ¡Me vas a matar!
- Perdón.
- ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¡Por favor! ¡Necesito hablar con alguien! No lo soporto más. ¿¡Hola!? ¡Por favor! ¿Por qué nadie me contesta?
¡Qué desgarro en la voz! En tierra y en cabina se hizo el silencio, por motivos humanos, no técnicos. Aquel grito nos sobrecogió tanto silencio duró cuantitativamente lo suficiente como para caer en la cuenta de que no estábamos haciendo nada por recuperar la nave, lo cual era ya de vital importancia. Más intentos fallidos, golpes y unos cuantos insultos y, de nuevo, el silencio. Perdí la cuenta de cuántos ciclos de noventa y nueve minutos pasaron así.
- Con el miedo que te ha dado a ti siempre volar.
- ¿Y eso a qué viene ahora?
- No sé. Lo tienes que estar pasando mal.
- ¿Ahora te preocupas por eso? Tú me lo haces pasar peor.
- ¿Por?
- Porque no aguanto esa expresión tuya con las cejas levantadas todo el rato, como con cara de sorpresa. ¿Qué esperas de mí?
- …
Muchas, muchas vueltas a la Tierra después, en el silencio de la cabina, oí cómo alguien tragaba lentamente saliva. Yo también tragué saliva, una señal inequívoca de darse cuenta de que algo anda mal, muy mal. De pronto, se escuchó un sollozo.
- Recuerda que la recomendación es no llorar. Que el tema de los fluidos aquí es muy delicado. Que no fluyen, vamos. Y si no, acuérdate de lo mal que lo pasaste al principio con el pipí.
- Es que aquí no funciona ni una sola aspiradora en condiciones.
- …
Aquella tensa relación y nuestra incompetencia me habían devastado el ánimo. No había forma de tomar el mando de la nave ni de darles instrucciones ni nada de nada. Estaba desesperada. Decidí hacer un descanso. Aquella conversación me había dado ganas de ir al baño sin saber por qué. Fue entonces cuando estando sentada en el váter escuché a dos de mis superiores. Sabíamos que esto era un reto y que era cuestión de tiempo. No vayas a tener ahora cargo de conciencia.
Con tal mala suerte hice un ruido que me delató. En pocos minutos me vi encerrada en un despacho con pésima ventilación e iluminada de más, donde me empezaron a hablar de que si por el bien de la humanidad… este tipo de misiones… la evolución requiere… los avances tecnológicos... yo solo era capaz de asentir... Y de firmar sin oponer resistencia, llegado el momento, aquel pacto de silencio.
Volví al control de mando. Al otro lado de la línea se escuchó:
- Me voy. No puedo más.
- ¿Adónde?
- ¡Afuera!
- ¡Pero si te vas moriré!
- ¡Eso es lo que pretendo!
Sonó un giro de escotilla e inmediatamente una larguísima interferencia. Nuestros superiores nos indicaron que apagáramos todos los ordenadores. Todo había terminado. Nadie entendía nada. Yo sí.
El objetivo era determinar cuánto tiempo tardaba el ser humano en generar dependencia de la comunicación con la Tierra, comprobar cómo hacía frente al aislamiento social en un entorno extraño, cómo lidiaba con problemas personales, cómo resolvía los conflictos y evitaba un motín, llegado el caso. Éste ha sido un fracaso necesario para aprender- dijeron.
No, aquello fue un cruel experimento del que todo el control técnico, incluida yo, formaba parte. En palabras de nuestros superiores la misión había sido un éxito...”
Mi abuela ya no respiraba, pero sonreía. Por eso creo que murió en paz. Yo tardé aún mucho en entenderlo del todo. ¿Por qué había solo un nombre en clave si había dos astronautas? ¿Y quién era Kath? Kath era el diminutivo de kathetus. Y solo había un nombre en clave porque nunca fueron dos astronautas. La tripulación de la misión Kairós era un solo ser que se escindió en dos por puro aburrimiento y que, como el resto en la Tierra, se tuvo que enfrentar a sí mismo en el espacio.
Al abrir la escotilla liberó toda su energía y volvió a ser uno con el universo.
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